Era la presión lo que lo perturbaba, todos lo bardos recaían en él. No supo manejar la locura y contemplo la idea de echar todo el paquete al río, junto con las anomalías que corrían su vida hasta el riesgo.
Es que no llora porque sí, su llanto espera la marea y así limpiarle la cara deteriorada, no mide las dimensiones de las heridas. Pasa que nadie piensa en lo que el quiere, todos hablan de entradas y salidas y no esperan que deje de llover para barrer sus propias veredas.
No escucha y el balurdo se arma con el amor, ya no corre porque debió haber sufrido por algo, seca sus lágrimas con papeles secantes y las escaleras recorre para subir al podio que quedó lejos de su altar. No quiere perderlo pero es difícil de encontrar, junta las maderas con fuego para su lecho enardecer, y no he visto más sus penas, ahora su musa es la vida, su vida, lo único que queda para el.
Así es como el susurro se convierte en grito, y las deudas que en vida dejó, se marcharon por cobardes. El picante es dulce, y los matices como escalas de grises cobran vida en su cuento que entre fábulas e historias me enseñaron a demoler paredes y crear murallas, una careta esconde su cara fantasma, que de bocas secas y tristes finales deja mucho que desear y poco que rezar.
Un logro enajenado por parientes no tan cercanos vuelve su ira al décimo nivel, un escrito que no duerme para poder acribillar con sus letras pequeñas. Dentro de los márgenes de la lógica no amenazaba con ser un tipo nuevo, sólo lo fue. 270310
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