El humo cubría mis pies en el preciso momento en que ella entraba por la puerta trasera, no supe revelarle mis inquietudes en forma idónea, y tuve que fingir que todo estaba bien. Cuando cayó que el motivo de mis nervios, eran sus nervios, no me suplicó explicaciones y partió.
Las penas que por no saber hablar estoy purgando y la horrible manifestación de dolor que despliegan mis ojos es, quizás, lo más infame que haya sentido en años. Porque abandonar el barco en plena tormenta no es algo que me distinga, se trata de peleas, que insignificantes, consumieron un amor que hubiese envejecido, por si solo, a lo largo de los siglos.
El humo, que de la fiebre no era, cobijaba mi juicio y parte de mis manos, que en un primer momento fueron participes de un agarre muy fuerte, en sentido de amor corriente. Quizás no haya sido asiduo, pero si que mi pasión era enérgica, las mitades de las cosas que le di, y las partes que guardé para darle más tarde, sin contar todas aquellas historias que escribimos juntos y que, inconscientemente, encuadernamos en nuestros corazones.
Verla es decir te extraño y no verla es fingir placer.
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