Comenzaba el verano y fuertes vientos destrozaban los arboles, cual si fueran pobres rosas, caían desde alto viejas prendas mal colgadas y sonaban por si solas las campanas. El voraz simbronaso de los merodeantes, se come mis muslos, dejándome envuelto en ríos de sangre, rezando por que se rompan sus dientes.
Días más tarde despierto en el sanatorio y ya tenía el alta. Tremenda silla de ruedas, volviendo a casa.
El efecto de la morfina comienza a irse, cuando de pronto un mensaje en la pared me atrapa y mis muslos comienzan a arder, el tradicional efecto del pasado en el presente guillotina mi manos, volviendo a recordar lo que con ellas pude haber dado. Desterrando todos mis deseos de volver a tocar, cosas horrorosas y tan hermosas que podrían matar.
En paz me encuentro, pues toda la neblina se apartó de mi vista y puedo ver como el mundo empezó a rasguniar mis costillas, dejando por fuera los huesos y gimiendo de placer. Especial momento para quedarme sin aire, pues sus uñas perfraron mis pulmones y sangre en la boca y la mar en coche.
Volé y siempre supe que podía morir, así que no me sorprende.
¡Siempre Hacia la Victoria!
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