lunes, mayo 30, 2005

SIN DETALLES PARA DANTE



Solo estoy en una noche oscura, la luz de una vela, anaranjado su reflejo en las paredes de madera, noto que se acerca cautelosamente y en silencio. Quien quiera que sea es muy cuidadoso en sus pasos, sigiloso, de un andar algo mudo, está a unos metros de mi cabaña envejecida y solitaria, es raro que alguien venga por estas tierras, pero más misterioso aún es que mis tres amados perros no hayan ladrado pavorosamente, como es su costumbre, al menos cuando de tanto en tanto viene alguien.
La luminosidad titila y se nota su cercanía, está caminando hacia adentro, viene hacia mi habitación. Ahora sí escucho sus pasos en la crujiente madera de pino que resuena hasta mis muelas. Se para frente a mi puerta, mis ojos son enormes ahora, no distingo su rostro pero me doy cuenta de que es un hombre robusto y mide algo más de metro ochenta. Cuchillo en mano rompo el silencio preguntando “¿quién es, qué desea?”. El misterioso hombre queda mudo, le hace ruido el estómago, hambre puedo pensar o nervios digo, de un salto me incorporo; Huele muy mal y está a cinco o seis metros, me tiemblan las piernas, esta vez grito, algo dura ya está mi voz “¡¿quién eres?! ¡¿Qué te trae a mis tierras?!” El hombre está tieso, también tiembla, la luz anaranjada de la vela sigue titilando. EL nudo de mi garganta por poco ya me desgolla. De pronto cae de rodillas al piso y murmura: “ayúdame...”.
Rápidamente enciendo otras velas y un farol de Kerosén que prende del techo, logro ahora reconocer sus rasgos, es morocho, indio parece ser, tiene una flecha bajo el brazo izquierdo justo entre dos costillas, está desangrándose, hay mucha sangre en el pasillo, sus ropas estan mojadas sus piernas estan moradas.
Veo que no tiene armas, me acerco a él luego de unos minutos de no reaccionar, lo recuesto en mi cama, está agonizando, limpio su herida y cuando tiro para sacar la flecha grita y se desmaya. Termino de curarlo y vendarlo, lo dejo dormir y ato su pie a la cama como precaución, no sé como puede llegar a reaccionar.
Muy temprano en la mañana subo a ver al indio, Araucano reconozco ahora; Vestimentas de ciervos y carpinchos, prendas hechas en telar, collares y pulseras artesanales de plata. De pronto despierta sobresaltado observando todo a su alrededor, y noto algo muy particular en él, tiene ojos exquisitamente azules, increíble, notable.

- Hola, ¿cómo te sientes? – pregunto en mapuche (idioma araucano)
Sorprendido por mi fluido idioma, responde:
- Bien aunque me duele mucho aquí - (señalando la herida) – Agradezco tu ayuda – y agrega mirando triste hacia la ventana – Eres un buen hombre blanco
- Descansa, iré por una taza de té de hierbas para calmar el dolor.

Aún no quiero preguntarle el motivo por el cuál fue atacado o a qué se debió esa flecha. La aldea Araucana más cercana está a casi 20 kilómetros de aquí tras unas montañas totalmente nevadas, recién comienza junio y los vientos allí son muy fuertes aún, es casi imposible llegar a pie. Estoy seguro de que él hablará en el momento adecuado.
Cuando regreso a la habitación estaba sentado en la cama, le di el té con un poco de pan el cual no comió y se quedó mirando por la ventana un largo rato.

- ¿Cómo estás? – pregunté.
- Mejor, estoy muy cansado y tengo que partir cuanto antes.
- No te irás hasta dentro de cuatro días, cuando la herida esté estable y puedas caminar hasta la aldea.
- No voy a la aldea – dice muy triste – Voy al Sur, hacia Narabapuá.
Me quedo en silencio unos minutos tentando al indio a seguir hablando y no dice nada esta petrificado.
- No me has dicho tu nombre, yo soy Dante ¿qué tal? – digo estrechándole la mano.
- Mera-ta-puá – dijo dándome la mano y mirándome hacia los ojos.

Mera-ta-puá significa “ojos del cielo” y está claro por qué.

-Duérmete un rato, voy a cocinar y a poner leña en la estufa, te levantaré para comer.

Antes de terminar de hablar ya estaba dormido, el té había surgido efecto. Luego de unas horas y después de alimentar a los perros lo fui a levantar.
Preparé carne de ciervo a las brasas con limón y especias del bosque que yo mismo coseché de la estéril naturaleza del otoño.
No comió demasiado dijo que le dolía mucho la herida, el almuerzo fue silencioso y cuando terminó dijo:

- Está muy rico pero tengo que irme ya. No es seguro para usted que yo esté aquí, vendrán a buscarme tarde o temprano.
- ¿Quiénes? ¿por qué te buscan?, no te irás hasta que yo diga.
- Los araucanos del norte tras las colinas, me buscan porque dicen que profané a la mujer del cacique y en verdad no es cierto. Fue el toquí (jefe militar designado en épocas de guerra) y me acusó a mi, por supuesto que en la aldea le creyeron a él y no a mí, huí lo más rápido que pude cruzando a pie las colinas y me dieron el flechazo bajando por la ladera Sur, llegué hasta aquí gracias a Chau (Dios supremo creador del mundo), no recuerdo bien lo que pasó después de ver la cabaña, estaba como muerto, ya ni frió sentía, vi el final de mis días.
- Tú quédate aquí, si viene alguien a buscarte te daré por muerto. Los engañaremos de alguna u otra manera.
- Bueno (dijo dudando oscilando su cabeza), es una buena idea, pero si falla moriremos los dos.
- No importa, con 65 años lo único que me queda por hacer es morir. He tenido una vida plena, llena de aventuras, no me vendría nada mal una dosis de adrenalina.

Comenzamos con los preparativos del teatro. Cavamos una falsa tumba a unos 100 metros de la cabaña; pusimos dentro huesos de ciervo, la ropa y los collares de Mera-ta-puá, la tapamos, pusimos lápida, flores y la rodeamos con rocas. Dentro del bosque construimos una choza, refugio para que Mera-ta-puá se ocultara cuando vinieran los Araucanos. Hacíamos turnos de 6 horas de guardia cada uno y atamos los perros en el lado norte de la cabaña.
Al sexto día de la llegada de Mera-ta-puá, y en horas de su guardia vio a los mapuches montados a caballo viniendo hacia aquí. Me despertó desesperado, yo dormía mi siesta, eran las tres de la tarde. Corrió hacia el bosque tan rápido como pudo, estaba pálido. Eran cinco muy bien armados. Se bajó uno que me amenazó con un cuchillo mientras que otros tres me apuntaban al pecho con sus arcos y sus respectivas filosas y aterradoras flechas. El quinto, al parecer el jefe, comenzó a hablarme en mapuche:

- ¿Vio Ud. Un araucano que vino por aquí?
- No, no llegó, lo halle a dos kilómetros de aquí junto a unas rocas en la base de las montañas. Tenia ojos azules y una flecha en el costado, estaba muerto -aclaré- ¿era de los suyos?
- Si, era ¿lo dejo allí? –preguntó desconfiado- no lo vimos al pasar.

El cuchillo ya me rozaba.

- No, lo traje y lo enterré aquí atrás, fue hace una semana, ya debe estar descompuesto.
- ¡Muéstreme la tumba! -Gritó enardecido-

Lo llevé hasta la supuesta tumba y la hizo abrir por uno de los indios.

- Sí, es éste. -afirmó el indio mientras yo suspiraba por dentro-
- Está bien, agradecemos que lo haya sepultado, pero no debió haber intervenido entre los indios.

Dio vuelta su corcel y ordenó que me mataran. No entendí que pasaba, yo no era culpable de nada. De entre los pinos surgieron dos flechas que acabaron con la vida de dos de los indios, yo derribé a otro y lo maté con su propio cuchillo. Corrimos dentro de la cabaña, pero aún quedaban dos y si regresaban a la aldea volverían más de veinte a matarnos. Agarramos armas y salimos a buscarlos en los caballos de los difuntos.
Los pasos se metían en una cueva oscura como cielo de octubre. Dejamos los caballos y entramos caminando muy silenciosamente, escuchamos unas voces y nos detuvimos, me temblaban las piernas como pino en el viento, había luces de velas, avanzamos muy lentamente hacia ellos. Apenas los vimos Mera-ta-puá disparó fallidamente una flecha, se ocultaron tras unas rocas y arrojaron 5 o 6 flechas que gracias al cielo no nos pegaron. Yo tenía en el bolsillo interno de mi saco una botella de vidrio con kerosén y una tela prendida fuego en forma de mecha. La arrojé hacia ellos, salieron prendidos fuego, Mera-ta-puá mató al jefe y yo perseguí al otro que se subió al caballo y escapó. Lo seguimos hasta las colinas pero se fue muy rápido hacia la aldea.
Mientras volvíamos hacia la cabaña él dijo:

-quedémonos a morir o escapemos al Sur sin fin, tengo un amigo que nos puede ayudar.

Acepté con la cabeza. Fuimos a preparar las cosas para el viaje, o mejor dicho para la huída; ropa, comida, armas, todo lo que suponíamos necesitar. Soltamos a los perros, incendiamos la casa para no dejar nada a los indios, montamos los caballos y partimos. Son 60 Km hasta Narabupá, dos días de viaje, si el clima lo permitía.
El viaje no presentó grandes dificultades; el clima fue aceptable aunque muy frío, acampamos en el bosque y luego en una caverna, la comida no fue un banquete pero más que suficiente, el único inconveniente fue la herida de Mera-ta-puá, pero con algunas hierbas medicinales logramos calmarle el dolor.
Durante estos ocho días nos hemos hecho grandes amigos, hablamos mucho y hasta le enseñé algo de español. Confiamos uno en otro.
Una vez en Naraupá, fuimos a casa de un amigo de Mera-ta-puá, parecía haberlo extrañado mucho y estaba claro que lo quería, lo abrazó y lo miró comentando lo grande que estaba. Tárlac era su nombre, un indio muy educado, de buenos modales, sencillo y trabajador, muy dedicado. Nos instaló en un cuarto pequeño de la casa (los araucanos viven un unas chozas de madera con planta circular y cubiertas de paja, estas pueden albergar a casi 40 personas, están divididas para las familias), más no podríamos pedir, nos dio comida y todo lo que nos hacia falta, pero nunca preguntó el porque del viaje y tampoco dijo nada acerca de mi.
Es una Aldea muy extraña, muy silenciosa no como en otras que hay rituales, danzas, sacrificios, nada de eso, aquí era todo muy tranquilo, como si fueran personas totalmente individuales que no tenían deber alguno con la sociedad.
Tárlac no tenia hijos ni esposa, era un indio solitario aunque era un ser que demostraba una gran sociabilidad, los demás araucanos lo respetaban, era generoso y muy simpático.
Mientras cenábamos, la segunda noche, Mera-ta-puá le contó lo sucedido con los indios del Norte.

- Huyan! –dijo Tárlac- vendrán hasta aquí en cuanto puedan, todos corremos un gran peligro.

Parecía estar asustado, comenzó a desalojarnos, nos echó, definitivamente algo le ocurría.
Ensillamos los caballos y partimos sin más preguntas, era una noche muy fría, marchamos hacia el Este, Mera-ta-puá conocía una caverna o algo por el estilo. En el camino comenzó a contarme acerca de una esposa o algo así, no me acuerdo muy bien como decía y en ese momento me empecé a mover y me desperté, y ahí termino mi sueño, estaba bueno ¿no?

Federico Kleier. 19-05-04

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